viernes, 7 de mayo de 2010

Homosexuales que dejan la práctica homosexual aseguran sentirse libres de esas cadenas

Libre de las cadenas de la homosexualidad, fin de las ataduras, sanación. Éstas son las palabras que las personas con orientación homosexual aseguran sentir al cruzar el umbral hacia la castidad.
Algunos se casan; otras siguen con sus tendencias aunque todos aseguran haber encontrado la felicidad en las enseñanzas de la Iglesia. Detrás de cada persona con estas inclinaciones hay una historia llena de heridas: un padre distante, una madre sobreprotectora, timidez extrema, abusos, falta de cariño. La Iglesia en España presenta una carencia pastoral en este ámbito.
«La Iglesia católica y la castidad fueron mis mayores fuentes de liberación», afirma David Morrison, ex activista de la causa homosexual en Estados Unidos. «No era feliz, mi corazón estaba inquieto», dice Morrison que pertenece a una de las organizaciones católicas que nació en Norteamérica para ayudar a las personas con inclinaciones homosexuales a vivir en castidad. «Courage» (http://www.couragerc.net/) está extendida por casi todo el mundo. No está en España, donde hay una carencia pastoral de la Iglesia en este ámbito. «Desde que tenía 21 años hasta los 28, fui un activista homosexual. Aceptaba y predicaba que la actividad homosexual, mientras sea practicada con las debidas precauciones, por ejemplo usando preservativo, y dentro de una relación comprometida, no es peor que la actividad heterosexual», describe.«Tuve un amante, trabajaba mucho y pasaba las vacaciones en lugares gays. Mis amigos eran homosexuales, mis relaciones eran homosexuales, mi lugar de trabajo era favorable a los homosexuales y mi vida parecía estar llena de placer y juventud», continúa Morrison. «Pero mi corazón estaba inquieto y sin descanso y cada nuevo placer que buscaba sólo traía consigo remordimientos más agudos», añade. David Morrison indica que «después de poseer todo lo que la vida homosexual tenía que ofrecer» comenzó una exploración que terminó en la fe católica.
En busca de un padre
Algo similar le ocurrió a Peter, un hombre de 36 años. Creció con deseos hacia personas de su mismo sexo. Su padre era un hombre adinerado, pero su adicción al trabajo y su alcoholismo le impidieron dar el apoyo, el ánimo y el amor que su hijo necesitaba. Tampoco era atento con su mujer, «por lo que me vi forzado a tomar el papel de esposo emocional de mi madre», señala. Peter desarrolló a la vez anhelo y temor por los hombres. Buscaba desesperadamente a un padre y comenzó a interesarse por ellos.
A los trece años se pasaba horas frente a la televisión admirando a los hombres que aparecían en la pequeña pantalla. Estas imágenes, junto a la de las revistas que comenzó a hojear, fueron el caldo de cultivo de una rica imaginación que utilizaba cuando se masturbaba.
Los psicólogos de su escuela no tuvieron mejor consejo que enviarle a un grupo de gays. Allí comenzó sus relaciones sexuales con hombres. «No me estaba llenando y me estaba volviendo adicto», expresa. En 1986 una compañera de trabajo le dijo que mientras oraba había «sentido» que él estaba luchando con sentimientos homosexuales. «Inmediatamente rompí en lágrimas, mi corazón palpitaba. El año y medio siguiente fueron de un gozo indescriptible. Dejé mis relaciones gays y de masturbarme. Vi la relación con mis padres bajo una nueva luz», sonríe satisfecho.
Wendy afirma que tuvo una nueva vida al librarse de las «cadenas de la homosexualidad». Estaba saliendo con una de las chicas más guapas y populares de la secundaria. En la escuela le animaban a seguir en esta senda e incluso una profesora le compró una novela sobre lesbianismo. En medio de sus dudas, conoció al hombre ideal, pero sus sentimientos homosexuales eran más fuertes y lo dejó. Su madre le dio un ultimatum: «O dejas la ambiente gay o te mudas». Su hermana habló con ella. Wendy creyó que era la oportunidad para convencerla, pero fue al revés. «Lloré todo ese día; con la ayuda de Dios puse fin a mis ataduras lesbianas», señala.
Creía que estaba todo bien
Algunos tardan en darse cuenta de adónde les lleva esta vida. «Hubo 25 años de masturbación compulsiva; obsesión con la pornografía desde los 11 años; episodios de incesto y a la edad de 12 tuve mi primera relación con mi primo, mayor que yo», señala Patrick. «Eventualmente tuve sexo anónimo; frecuenté los bares gays; fui adicto al alcohol y las drogas, y hasta estuve preso. A pesar de eso, si alguien me hubiera preguntado ¡hubiera dicho que estaba todo bien! Era un miserable», recuerda. En un semanario católico que leyó por casualidad encontró información sobre un grupo de la Iglesia que podría ayudarlo. «Me enviaron documentación que devoré. El grupo me dio la fuerza necesaria en mi lucha diaria por una vida casta. Lo que más me cambió fue la oración, empecé a ser una persona feliz», sostiene. Y felicidad por partida doble sintieron Chris y Mattew cuando encontraron la castidad. Todo fue gracias a una novena de oración. Chris se confesó una Navidad y se sintió tan bien que deseó «estar limpio» por más tiempo, aunque no sabía como decírselo a su novio. Inició una novena y a los días, con gran alegría, escuchó a su pareja decirle que quería «ser católico, comulgar y llevar una vida casta» «Hemos encontrado la paz por primera vez», señalan. Morrison sostiene que «cuando mantenía relaciones con mi compañero, a veces lo llamábamos hacer el amor, pero no era más que usarnos. Cada uno hacía del otro un medio para su fin. Eso no es amor. El amor casto es difícil, pero también lo es vivir en la verdad». Morrison pide que la Iglesia «no tenga una actitud débil y diga las cosas como son»

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