Da gusto leer muchos de los mensajes. Al ir desgranando cada uno de ellos se me llena el alma de esperanza. Me alegra ver cómo nos vamos dando cuenta de la cantidad de gente buena a nuestro alrededor, personas que la resurrección, que hoy celebramos, les ha tocado los cimientos del alma. Como aquel buen hombre que llegó un día al metro. Apenas había dejado su moneda sobre el taburete cuando la cajera le dijo sonriendo: «Hoy usted no paga». «¿Por qué? -preguntó azorado el señor- ¿hoy es gratis?». «No, pero ayer se olvidó usted del cambio». El hombre no salía de su asombro: «¡Pero si usted no estaba aquí ayer!». La chica sonrió de nuevo y dijo: «Es verdad. Pero mi compañera me comentó: “Dale el cambio a ese señor que cada vez nos da los buenos días”. Era inconfundible, porque usted es el único». El ilustre individuo se alejó ruborizado, pero alegre… esa alegría que brota de alguien que simplemente se dedica a ser educado.También vale la pena relatar en nuestras líneas esta otra historia. Un padre de familia numerosa se acercó a la escuela de sus hijos. Quería ver la forma de negociar un poco con la dirección, pues ese semestre no había podido pagar casi nada de las colegiaturas. Cuál no fue su sorpresa cuando se encontró que otra familia ya había pagado todo: libros, colegiatura, comidas, transporte, etcétera. «Pero, ¿cómo? ¿está segura, señorita? ¿cuándo y por qué?». Una cándida risa respondió a todas estas preguntas. Por fin, tras reponerse un poco del susto, pidió el nombre de la familia, para agradecerle. De nuevo aquella pícara y cómplice sonrisa se dibujó en el rostro de la secretaria y contestó: «Lo siento, pero no puedo dárselo. Es la condición que nos han pedido: quieren permanecer en el anonimato».
¿No es esto algo digno de una primera página? Estoy seguro de una cosa: hay mucha gente que se merece el honor de la letra impresa de los periódicos, y que casi nunca aparece en ellos. Gente que todos los días se levanta, con heroísmo, para ir a trabajar. Gente que lucha a diario por ser coherente. Gente que sufre con una sonrisa en su rostro. Gente con sabor a resurrección. Y, ¡cuánta de esta gente buena llena el mundo! Todos podemos ser protagonistas de una buena noticia. Basta vivir conscientes de ser portadores de algo nuevo y viejo a la vez: el amor. Así podemos refutar aquel famoso reproche que Nietzsche refería diciendo que los cristianos no tienen cara de resucitados.Tengo la gran ilusión de pensar que en el cielo, darán los «Óscar» de la eternidad a la pequeña buena gente, protagonista de estas buenas noticias, que muchas veces «sólo» se dedicaba a amar.
fuente: Buenas Noticias
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