miércoles, 2 de junio de 2010

“El verdadero matrimonio, un valor no negociable”

ARZOBISPADO DE MENDOZA
Prot. Nº 215/10



“El verdadero matrimonio, un valor no negociable”
Carta pastoral del Arzobispo de Mendoza
Mons. José María Arancibia

A todos los fieles católicos
de la Arquidiócesis de Mendoza,
especialmente a los esposos y padres cristianos.

Queridos hermanos y hermanas: Hay momentos en los que parece que las verdades más luminosas y básicas se desvanecen.
Como cuando un espeso manto de nubes oculta nuestras montañas o el smog de la agitada ciudad enrarece el aire que respiramos.

Algo así ocurre hoy con la percepción de lo que es el matrimonio. Al parecer, el Congreso nacional se apresta a reformar el Código civil, alterando sustancialmente la noción misma de matrimonio.
El Estado se atribuye una competencia que no tiene: ser, por sí mismo, fuente de verdad y de moral. Incluso algunas voces dentro de la Iglesia han sumado lo suyo a la confusión general.

En estos días, y por diversos caminos, he recogido la inquietud de muchos de ustedes, fieles laicos y pastores, que me han hecho llegar su dolor, su incertidumbre y hasta su enojo.

La doctrina católica sobre el matrimonio y la familia es ampliamente conocida, expuesta además en toda su luminosa verdad y belleza. No voy a repetirla aquí. El que quiera conocerla o profundizarla puede acudir a la palabra autorizada del Catecismo de la Iglesia Católica. Lo mismo se diga de la cuestión del reconocimiento legal de las uniones de personas del mismo sexo. El Papa y los obispos se han explayado con suficiente amplitud. Los obispos argentinos lo hemos hecho recientemente en un texto que puede ser retomado con fruto (Cf. Declaración: “Sobre el bien inalterable del Matrimonio y la Familia”, 20 de abril de 2010).

De mi parte, y como pastor de la Iglesia, quisiera llamar la atención sobre algunos puntos:
1. La naturaleza del verdadero matrimonio entre un varón y una mujer es, para los católicos, un valor no negociable. Solo en él se realizan plenamente la complementariedad de los sexos y la transmisión responsable de la vida. No tiene punto de comparación con las uniones de personas del mismo sexo.
2. Cualquier forma de reconocimiento legal de estas uniones, o una lisa y llana equiparación con el matrimonio, constituiría una grave lesión de la justicia y la ley natural, fundamento objetivo del orden jurídico.
3. El derecho a contraer libremente matrimonio no es indeterminado ni absoluto. Está regulado por la naturaleza del matrimonio entre un varón y una mujer. A dos personas del mismo sexo no les asiste el derecho de contraer matrimonio entre ellas.
4. A los legisladores que profesan la fe católica, la Iglesia les recuerda el grave deber moral de oponerse decididamente a este tipo de proyectos, tan nocivos para el bien común de la sociedad.
Estas leyes oscurecen la percepción de valores morales fundamentales y contribuyen a la desvalorización de la institución matrimonial.

Los fieles católicos, en cuanto ciudadanos, tenemos el derecho y el deber de ofrecer nuestra visión de la persona y del bien común al resto de la sociedad. Apelando incluso a nuestras convicciones religiosas. No se trata de imponer sino de proponer, de un modo razonable y respetuoso, una visión del hombre que consideramos verdadera, buena y justa. La cosmovisión cristiana, además, está hondamente arraigada en la cultura de nuestro pueblo, a la que ha ayudado a configurarse.

ARZOBISPADO DE MENDOZA

Esta comprensión del matrimonio y la familia se alimenta en las fuentes mismas de la fe: la Biblia y la gran tradición católica. Se inspira también en una sabia percepción de la condición humana que puede ser reconocida como verdadera por la razón. Con una secular tradición filosófica y jurídica, hablamos de la ley natural inscrita por el Creador en el mismo ser del hombre, varón y mujer.

La Iglesia no discrimina a las personas con tendencia homosexual. Al contrario, reconoce su dignidad de personas, creadas a imagen y semejanza de Dios, y las recibe como el mismo Cristo lo hizo. Repudia a quienes las ofenden o humillan por su condición. Es más, siguiendo a Jesucristo, las invita a la fe en la Buena Noticia del amor de Dios y a la conversión del corazón. Las acompaña en el camino de la vida con los mismos medios que ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y una intensa vida de fe, esperanza y caridad. El Reino de los cielos es para todo el que se arrepiente de sus pecados, confía en Dios y quiere vivir santamente.

Si la Iglesia de Cristo dice “no” a equiparar u homologar las uniones de personas del mismo sexo al matrimonio, es por la dignidad y santidad del mismo matrimonio, cuyo lugar es único en el entramado social. Es mucho más que una relación afectiva privada. Anterior al ordenamiento jurídico, al Estado y aún a la misma Iglesia, estos deben ponerse a su servicio, para tutelarlo y promoverlo en su verdadero significado. El matrimonio y la familia son patrimonio de la humanidad.

La cultura individualista y el relativismo parecen generar esa niebla que oscurece esta percepción del bien y la verdad. Sin embargo, estos constituyen la vocación misma del hombre, creado por Dios para conocer la verdad y realizar el bien en la propia vida. Recordemos aquí las palabras del Señor: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-32).

Aliento a los esposos y padres cristianos a buscar en Cristo el fundamento sólido sobre el que edificar el futuro de sus familias. Queremos proponer a todos la buena noticia del amor humano, del matrimonio y la familia, como respuesta al anhelo de vida plena que todos llevamos dentro. Así lo hemos expresado en nuestro Plan de Pastoral, y lo queremos proclamar especialmente en este año, centrado en revitalizar la pastoral familiar. ¡No se desanimen frente a las adversidades del camino! Los cristianos somos discípulos del Cordero humilde y manso que venció todo mal, amando hasta el fin en la cruz.

A los pastores del pueblo de Dios los invito a renovar los compromisos sagrados asumidos en nuestra ordenación. Somos testigos y anunciadores de una Palabra que no es nuestra. Al servir a los esposos y padres cristianos, al orientar a los jóvenes, o al exponer la doctrina cristiana, no antepongamos nuestras opiniones personales a la enseñanza autorizada de la Iglesia de Cristo.

Invito finalmente a todos los fieles católicos a hacer lo que esté a su alcance, por los medios legítimos que la democracia pone en manos de los ciudadanos, para que las leyes de nuestra patria defiendan y promuevan el bien insustituible del verdadero matrimonio sobre el que se funda la familia.

Con mi afecto y bendición para todos, en estos días tan próximos al Bicentenario de la Patria.

Mendoza, 23 de mayo de 2010, Domingo de Pentecostés
José María Arancibia
Arzobispo de Mendoza
ARZOBISPADO DE MENDOZA
República Argentina

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